2ª Carta a la estimada y prudentísima tía G.

Queridísima y sin igual amada tía G., no sé como agradecerle la prolífica suma de dinero que me ha enviado con no otro noble propósito que el de ayudar a mi pobre hermano y, prometo de corazón que la confianza extrema que ha depositado usted en mi buen hacer se verá con el tiempo gratamente recompensada.


Querida tía G. he dicho con el tiempo, porque me temo que no tengo muy buenas noticias de la salud mental de mi hermano y con la intención de explicarle ¡oh bondadosa y caritativa tía G.! me he visto de nuevo obligado en la dolorosa tarea de escribirle.
Resulta que el delirio de genio matemático que padece mi hermano ha trascendido las fronteras de su propio ser, empujado como por un viento de levante o como el eco que entre las montañas murmura y se expande lejos, conquistando las cimas más altas y los oídos más sordos de la hermosa comarca de las Hurdes. Desde su retirada y claustrofóbica cabañita de ermitaño, se ha disparado su fama (tan presto como se disparó su juicio y fortuna) cobrando tal renombre y prestigio que, traspasando toda posible frontera de lo humanamente lógico, ha seducido hasta la más mohosa y podrida neurona de cada uno de los pueblos olvidados y remotos de la tal comarca. Tal es el caso, estimada y prudente Tía G, que hasta le ha dado por fundar una escuela que lleva por nombre el suyo propio y en la cual, según me han informado los espías que pagué cuantiosamente con no otro dinero que el vuestro (y es por eso que usted es tan buena y comprensiva), parece que enseña un extraña combinación (que dicta mucho de ser inteligible) entre las ecuaciones lineales y la líneas del pentagrama, cuyo resultado final es una especie de síntesis perfecta entre la música de Beethoven y las conjeturas de Euler.
Querida Tía G., seguramente, mientras lee estas pocas líneas, se preguntará de dónde ha sacado mi hermano tan desatinadas ideas y como diantres ha conseguido atraer, como luz al insecto, a una muchedumbre de origen tan humilde como desencaminada inteligencia, pues no tienen ellos menor culpa que mi hermano. En mala hora le digo, querida tía G., que desde que mi hermano yace olvidado por aquellas tierras, no han hecho otra cosa que alimentar de estiércol las pocas neuronas que en el cerebro retenía y; que si no fuera por ellos, sus estúpidas y matemáticas fantasías no treparían por su imaginación como Hydras hacia el sol, ni tampoco andaría mi hermano más loco que genio, que no, más genio que loco, pues, mi prudente Tía G., ¡no hay que ser muy lúcido para diferenciar la locura del genio que el genio de la locura!
Si mal informado no me tienen, cuentan mis espías, estimada y querida tía G., que cada miércoles o cada jueves (no recuerdo bien) llegan peregrinos de cada uno de los insólitos y perdidos rincones de la comarca buscando al que denominan «el profeta del álgebra», con la esperanza de que les ayude a resolver las dificultades que normalmente tienen a la hora de contar las ovejas, de llevar las cuentas de lo que han vendido o para cualquier otro tipo de transición comercial que según dicen «solo él sabe resolver». Si usted piensa que tal asunto no puede ir a más ni puede ser más absurdo que trágico, figúrese como de descomunal fue mi desdicha cuando me enteré de que también había fundado una escuela dónde enseña todo tipo de idioteces, cuyas lecciones solo consisten en estúpidas ecuaciones que no se encaminan por camino alguno salvo por el que conduce al que afirma y reafirma su locura. Hasta aquí, mi amada Tía G., lo que mis espías me han contado de todo lo que han visto y oído.
No quisiera ser deshonesto y ojalá Dios no lo quiera y llegue usted a pensar que la ayuda que le pido tanto ahora como la vez pasada, es antes para provecho propio que para el fraterno, pues no creo que usted, por mala ventura, crea o incluso imagine que no soy yo más cuerdo que mi hermano ni mi hermano menos loco que yo. Amada Tía: Sol más radiante no hubo nunca sobre el cielo, ni misericordia tan grande parió nunca la Tierra.

psdt: Tú sobrino que te quiere y necesita.

 Irineo Leonel

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